En la compleja danza de la política, es innegable que algunos encuentran en ella su principal fuente de ingresos, y como bien sabemos, los cuervos no son fanáticos de soltar lo que ya tienen asegurado. Por eso, la idea de heredar un puesto político se ha arraigado en ciertos círculos como una estrategia para mantener décadas de gestiones mediocres y una capacidad limitada para proponer cambios.
Si bien esta práctica puede considerarse como una forma de mantener el status quo en algunos lugares, no podemos ignorar sus efectos negativos. El sarcasmo y los cuestionamientos hacia esta tradición están más que justificados. ¿Deberíamos aceptar que la política se convierta en un feudo hereditario donde las ideas frescas y la innovación quedan relegadas al olvido?
Es cierto que existen ejemplos de familias políticas que han mantenido una especie de dinastía en el poder, pero esto plantea una pregunta importante: ¿es esto realmente beneficioso para la sociedad en general? ¿O acaso perpetúa un sistema en el que la meritocracia y la capacidad de gobernar se ven eclipsadas por los lazos familiares?
En lugar de aferrarnos a la herencia de la curul como una tradición sagrada, deberíamos cuestionarla en aras de una política más dinámica y representativa. Es momento de examinar a nuestros líderes no por su linaje, sino por su capacidad para abordar los desafíos del presente y del futuro. Solo así podremos romper con la sombra del sarcasmo que se cierne sobre la política y construir un sistema que realmente sirva a la sociedad.
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Por: Hernán Losada
